AUGUSTO DONAIRE




¡Qué hueca cosa es una señora!
Si yo mandara
las llenaba de gas y las lanzaba…

Javier de Winthuysen. El parque (1920)


Algunas veces coincidíamos en el jardín de la Casa Rosa. Él se dedicaba a hacer cuadritos de flores, que luego exponía en los escaparates de los almacenes Peyré. Todo le había ido más o menos bien, hasta que conoció a la señorita L. Esta señorita, que todavía conservaba una gran belleza, había tenido fama de aventurera en su juventud, pero ahora vivía dedicada únicamente a sus gatos y a su tertulia artístico-literaria de los miércoles. En estas reuniones, quizá las dos mejores personas eran el poeta Rafael Porlán y el dibujante Laffita; los demás, la mayoría iban allí a merendar y a criticar a los ausentes. Allí fue donde oí por primera vez cantar al malogrado Corujo de Almansilla, y asistí a la famosa disputa entre Isaac del Vando Villar y el pintor Eugenio Hermoso, que en realidad se encontraba allí por casualidad. Augusto era el más jóven de todos nosotros, y para la señorita algo así como un hijito atolondrado, al que debía querer más que a los demás. El problema fue que éste no se limitó, como los otros, a tomar lo que le daban, sino que se enamoró. Tardó bastante en descubrir que, fuera de los productos del arte, los gustos de la dama eran más bien vulgares, incluso muy vulgares. Tuvo que ser un furriel del cuartel de la Carne, poeta aficionado que por entonces se juntaba con nosotros, quien lo despabilara. Quizá el furriel-poeta se pasara de grosero, pero lo cierto es que acabaron a puñetazos, llevándose Augusto, que era el más enclenque, la peor parte. Éste anduvo mohíno una temporada, pero no dejó de acudir a merendar cada miércoles. Una mañana lo encontré muy alterado. Me contó que la señorita le había hecho un encargo especial, un paisaje, para colgarlo en su salita turquesa, un paisaje sereno y apacible donde reposar su espíritu por las tardes, recostada en su diván damasquino. Augusto, viendo una luz de esperanza, se puso entusiasmado a la tarea. Pero el resultado no fue del agrado de la señorita. Por entonces Augusto trataba de seguir a Matisse, sólo que a un Matisse muy suyo. Lo intentó de nuevo, poniendo en ello todo su discreto talento, pero sin éxito. Esta vez, la piadosa condescendencia que vió pintarse en el rostro de su amada lo puso furioso. Anduvo desaparecido una semana. El día que al fin empujó la puerta del café Barrera, estaba sucio y demacrado como si hubiera pasado todo ese tiempo a la intemperie. Bajo el brazo traía un pequeño lienzo. “Tengo la impresión de haber pintado mi obra maestra”, nos dijo con ojos alucinados. La verdad es que aquel paisajito, con sus árboles, su río, su sol arrebolado, tenía cierto encanto. A la señorita le entusiasmó, colocándolo inmediatamente en la salita turquesa, frente al diván damasquino. Se pasaba horas allí tumbada, contemplando el cuadro. “Eleva el alma”, decía suspirando a las visitas.

Pobre Augusto, cómo iba a imaginarlo. A nadie más que a un loco se le ocurriría pensar que aquel cuadro tendría algo que ver con la extraña y sonada desaparición de la señorita, que tuvo en vilo a la policía durante meses, sin llegar a esclarecerse, y que, ahora estoy seguro, nunca lo hará. Y sin embargo, yo no creo estar loco. Fue hace unos días, visitando el Palacio de Lebrija en busca de recuerdos de aquellos buenos días de doña Mergelina. Allí, en el ahora llamado “Salón de los bargueños”, volví a encontrarme con el cuadro de Augusto. Sabe Dios cómo llegaría a las manos de esa venerable dama. Y sin embargo los colores todavía seguían frescos, tan vivos como cuando fue pintado, hace ya casi noventa años. Pero había algo más, algo que me llamó la atención, algo en lo que nunca antes había reparado y que me llenó de horror. Allí, en el ángulo superior derecho, una pequeña mancha blanca enredada entre las ramas de los árboles más altos, como esos globos de helio que dejan escapar los niños…



Diego. Amigos de aquella vida (1808-2008)
Imagen: Leon Jeschke, Retrato de Augusto Donaire, 1921


Eric Satie-Gnossienne, nº6

Comentarios

  1. Qué bonitas eran las tertulias de mis abuelos, una tradición que se ha ido extinguiéndo.

    Esa mancha blanca me ha dejado con curiosidad.

    Gusto en volver a tu espacio.

    Un abrazo con buena vibra!

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  2. waw! Se me hizo un nudo en la garganta con ese final!
    Excelente historia!
    Te felicito Diego!

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  3. pues la verdad es que me parece genial. En serio que me gusta mucho, me llama mucho la atencion esa carga de datos que, aunque reconozco que desconozco en su mayoria, le dan al relato sensacion de realidad. La atmósfera que creas alrededor tambien me gusta y si tengo que poner una pega es la de que se me queda corto, parecen personajes interesantes y solo con la presentación no es suficiente, entran ganas de conocerlos mas a fondo, de saber mas anegdotas o lo que hacen en sus vidas la relacion entre ellos, los lios de faldas

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  4. Lully, Carla, Mariella, Marco... Muchas gracias por vuestros comentarios, me alegro de que el relato os haya gustado. Sí, quizá tengas razón, Marco, y se eche en falta cierta demora con los personajes; debe ser cuestión de pudor, al fin y al cabo son personas que uno conoció y... Pero descuida, no faltarán anécdotas jugosas en adelante, y es más que probable que algunos amigos reaparezcan. Un abrazo a los cuatro, muuuy largo para las lindas chicas de allá en ultramar, y gracias de nuevo.

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