Cristina Megía

Óleo de Cristina Megía, perteneciente a la exposición A room with a view. Sala Camarote (Ciudad Real), enero-febrero de 2010


“Mirar es analizar el resultado de una acción: otra frase robada y útil porque cada vez que voy a una exposición me recuerda que debo tratar de imaginarme qué hay detrás de lo que veo: si hay lentitud o prisa en la pincelada, qué tipo de pincel, qué seguridad o qué dudas, un sinfín de pequeñas elecciones para ese resultado concreto… Eso facilita la empatía, la empatía facilita la comprensión, y la comprensión el disfrute. Porque la pintura no es solamente imagen, también es materia. Materia capaz de contener luz (y oscuridad), tiempo, emoción. La huella del pintor los retiene y los hace visibles. La mente destila la realidad, la transforma, la ordena, elige, se posiciona."

Cristina Megía. El placer de mirar (2007)


A Cristina la conocí el primer año de Bellas Artes. Ya desde antes había empezado a autorretratarse, casi siempre desnuda, casi siempre envuelta en una atmósfera azul y blanca, donde lo único reveladoramente cálido eran unos labios muy rojos. Llegabas a su casa y te recibían no una, sino muchas Cristinas. Desde las paredes, los caballetes, los rincones, salían a tu encuentro, siempre detrás de la verdadera Cristina, que era la única vestida y la única que sonreía. Eran la luna, las lunas de Cristina, la luna en su pintura, en todo. Y qué alegría cualquier noche torcer aquella esquina entre la calle Sol y Matahacas, y descubrir luz en las ventanas y llamar y que te abrieran todas aquellas Cristinas, encantadoramente sorprendidas, con todas las luces de la casa encendidas y alegrándose de verte, en lugar de mandarte al cuerno porque a ciertas horas ni la angustia justifica levantar a nadie de la cama. Y cuánto he molestado yo, Dios mío, en aquella época, pidiendo compañía, dinero, tabaco, paciencia… Y Cristina, por supuesto, me acogía, acogía a cualquiera de sus amigos en aquella austera economía de su casa, de sus cosas, recreada con heroísmo y fantasía, y sin la ayuda de aquellas otras Cristinas que ni lavaban ni cocinaban ni aportaban nada a la casa, todo lo ponía ella de su beca, duramente ganada cada curso. Pero “pasan los días, los meses, los años”, como ella dice, un poco dramática, con esa incertidumbre de los que han aprendido a vivir en la pura confianza, apostando el tipo, y ahora sigo su obra desde lejos, perdiéndome todas sus exposiciones, pero sintiendo que cada una de ellas, para el que aun vagabundea sin rumbo a altas horas de la noche, es como aquella luz encendida en las ventanas de la calle Sol.


Óleo de Cristina Megía. Exposición individual en el Ayuntamiento de Valdepeñas (Ciudad Real), marzo-abril de 2007


Texto: Diego

Comentarios

  1. Vaya, Diego, me has hecho retroceder más diez años (maravillosos años...). Ayer mismo estuvimos en Málaga viendo la exposición; y, la verdad, cuánto recorrido hay entre aquellas "Cristinas" que colgaban de las paredes de Matahacas y lo que vimos en la exposición... Y es que trabajo+talento+ilusión+abnegación dan ese resultado: una preciosidad. Un abrazo fuerte

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  2. Así es, David. El talento no es gran cosa si falla todo lo demás. Abnegación… hermoso (y difícil) concepto.
    De nuevo me he quedado con las ganas de estar allí, pero no importa, ¡estoy convencido de que nos quedan muchas exposiciones!
    Un fuerte abrazo
    Diego

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  3. me acabo de encontrar vuestros comentarios...ya me habéis emocionado el día¡¡¡¡ un abrazo fuerte a los dos

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  4. Lo mismo te digo, Cristina, ¡menuda sorpresa!
    Por cierto, ese blog ¿es una prueba o vas a continuarlo? Sería estupendo si lo hicieras.
    ¡Un fortísimo abrazo!
    Diego

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